lunes, 16 de noviembre de 2009

El otoño y los estudios nobles


En este noviembre que no parece noviembre, me viene a la memoria la Oda al licenciado Juan de Grial, poema escrito por Fray Luis de León hacia 1571, en el que invita a su amigo, aprovechando el cambio estacional, al recogimiento y al estudio:

Recoge ya en el seno
el campo su hermosura, el cielo aoja
con luz triste el ameno
verdor, y hoja a hoja
las cimas de los árboles despoja.

Ya Febo inclina el paso
al resplandor egeo; ya del día
las horas corta escaso;
ya Éolo al mediodía,
soplando espesas nubes nos envía;

ya el ave vengadora
del Íbico navega los nublados
y con voz ronca llora,
y, el yugo al cuello atados,
los bueyes van rompiendo los sembrados.

El tiempo nos convida
a los estudios nobles, y la fama,
Grial, a la subida
del sacro monte llama,
do no podrá subir la postrer llama;

alarga el bien guiado
paso y la cuesta vence y solo gana
la cumbre del collado
y, do más pura mana
la fuente, satisfaz tu ardiente gana;

no cures si el perdido
error admira el oro y va sediento
en pos de un bien fingido,
que no ansí vuela el viento,
cuanto es fugaz y vano aquel contento;

escribe lo que Febo
te dicta favorable, que lo antiguo
iguala y pasa el nuevo
estilo; y, caro amigo,
no esperes que podré atener contigo,

que yo, de un torbellino
traidor acometido y derrocado
del medio del camino
al hondo, el plectro amado
y del vuelo las alas he quebrado.


El tiempo nos convida a los estudios nobles. Todos los años, cuando llega el mes de octubre, me acuerdo de estos versos, que creo haber leído por primera vez, siendo adolescente, en el libro de texto de Lázaro Carreter. Siempre los he asociado con el comienzo del curso, que todos los muchachos temíamos tanto.


Llegaba octubre y con él los primeros indicios callados del cambio: los días se hacían más cortos y sus atardeceres lucían inmensamente rojos; por la noche, tenías que cerrar la ventana del dormitorio y recuperar el placer de las sábanas, olvidado durante meses; la incómoda rebeca se convertía en una prenda de vestir imprescindible; las calles comenzaban a oler a leña quemada; en la tele acababan las reposiciones y volvían, con nuevos episodios, tus series favoritas; el brasero y la sayuela, arrumbados en el trastero, se recuperaban una tarde. Por un acuerdo tácito, nadie se había atrevido a nombrar lo que se nos avecinaba. Pero, por fin, llegaban los fuegos artificiales, que marcaban casi oficialmente el comienzo del curso y ya todo era inevitable. Al día siguiente, al instituto.


Y el caso es que, pasado el susto inicial, no era tan malo. Había cierta épica en la vuelta al estudio, a los nuevos libros de texto, a las lecturas. Entonces, el tiempo, casi de modo mágico, como movido por un resorte natural invisible, cambiaba bruscamente y lo que eran atardeceres inmensos se volvían oscuras tardes de lluvia y viento. La Navidad aún quedaba lejos.

Dámaso Alonso, en 1955, en un discurso para el inicio del curso académico en la Universidad de Madrid, imaginó así a Fray Luis, que debió escribir las liras de su oda hacia el mes de noviembre:

Siempre que he leído esta Oda a Grial, me he imaginado a Fray Luis, allá por el otoño de 1571, contemplando melancólicamente los suaves colores del cielo y el desnudarse del follaje de los árboles:

Recoge ya el seno
el campo su hermosura; el cielo aoja
con luz triste el ameno
verdor, y hoja a hoja
las cimas de los árboles despoja.

La naturaleza parece, en este decrecer que anuncia el invierno, estar invitando al silencio de las bibliotecas y al gustoso trabajo del estudio. Es oda para intelectuales, que debe ser grata a los intelectuales:

El tiempo nos convida
a los estudios nobles...




Esta mañana, paseando por las calles de mi ciudad, envuelto en un extraño aire caliente, he sido consciente de la llegada del otoño, he visto las primeras hojas caídas. Y eso que en mi terraza rebrotan, desnortados, los dompedros. Esa estación de cambios que los antiguos llamaban entretiempo ya casi no existe en el Sur: aquí pasamos del verano al invierno sin darnos cuenta.

Quizás sean los años y no el cambio climático, pero, ahora que los cursos académicos ya no empiezan en octubre, sino mucho antes, casi en pleno verano, y que no tengo tan claro eso de los estudios nobles, en este noviembre que no parece noviembre, no sé ya muy bien si el tiempo nos invita al estudio, al recogimiento o a la lectura tranquila en la playa.


Los tres primeros paisajes de esta otoñal entrada son de Vincent Van Gogh.  El de las muchachas que amontonan las hojas (Autumn Leaves) fue pintado por John Everett Millais en 1856. Por último, el de la dama que está sentada en el banco (Senda boscosa en otoño) es obra de Hans Andersen Brendekilde.

Las fotografías corresponden respectivamente a Itzea, la casa de los Baroja, y al despacho de Benito Pérez Galdós. Dos espacios cargados de literatura. Si te interesan las fotografías de bibliotecas o mesas de trabajo de escritores, puedes encontrar auténticas maravillas en el foro Ábrete, libro, donde han dedicado un hilo a recopilarlas. Abajo te dejo el enlace.

Obras de Fray Luis de León | Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
Bibliotecas de escritores | Ábrete, libro