Ocupan espacio, acumulan polvo y a esta alturas de la vida ya sabemos que no nos aseguran un tiempo infinito para leerlos. Pero no llegaron todos ayer. No son unos invitados incómodos a los que conviene largar lo antes posible porque están dejándonos vacío el frigorífico. Llegaron poco a poco, con el ritmo pausado de los años. Los recomendó un amigo, un periódico o uno de los que ya habían llegado (cuidado, que se llaman los unos a los otros). O quizá los invitamos nosotros mismos, enamorados de unas líneas o una portada. Un flechazo fulminante en una mañana de verano, tras el café tranquilo y conversado. Nunca podremos olvidar al primero que llegó: un tebeo. Repasamos sus páginas mil veces. Esas colecciones de Flash Gordon, El Príncipe Valiente, El Hombre Enmascarado, Tintín, Spiderman y Los 4 Fantásticos, releídas cada verano como si fueran nuevas, depositadas cada noche al lado de la cama. Y la revista Strong, compartida gozosamente con mi hermano. Cada uno de ellos tiene su historia, aunque algunas las hayamos olvidado. Este lo conservo de mi abuela. Los de Bruguera los compraba en la papelería de la vuelta de casa. Estos los leí con aquella novia tan guapa y que sabía tanto inglés. Este lleva un prólogo de un profesor mío y unas palabras de su puño y letra. Esta edición de Moby Dick la comentaba por las tardes con mi amigo Ángel, que también estaba a bordo del «Pequod» (qué buenas jornadas de pesca y charla pasamos). Este es de mi época de estudiante en Granada, leído con flexo en una oscura habitación interior. Ah, y las Joyas literarias juveniles, donde leí a Verne y Salgari por primera vez. ¿Te acuerdas del Manual de los jóvenes castores que nos llevábamos todos los años a la playa? Y aquí están los de poesía, leidos y releídos, disfrutados palabra a palabra.
Nos han rodeado como invasores amistosos. Han tomado nuestra casa, como en el cuento de Cortázar, y no temen la competencia de otros intrusos más modernos. Juegan con ventaja. No los he leído todos. Pero los tengo al alcance de la mano. Me permiten, sin salir de la habitación, pasar de un mundo a otro, de Cernuda a Shakespeare, de Comala a África, de los Mares del Sur a Marte o El Toboso, de tu cuello a mis recuerdos, de aquellos labios a estas palabras. ¿Queda espacio para alguno más? ¡Quién sabe! Quizá puedan apretarse un poco. Algún día nos iremos juntos. Éstas de abajo son para mí imágenes de paraísos soñados.