jueves, 7 de junio de 2012

El verano del cohete


Avanzaron por una avenida embaldosada. Ahora todos hablaban en voz baja, pues era como entrar en una vasta biblioteca al aire libre o en un mausoleo habitado por el viento y sobre el que brillaban las estrellas. El capitán habló sin levantar la voz. Se preguntó a dónde habían ido los marcianos, qué habían sido y quiénes eran sus reyes, y cómo habían muerto. Se preguntó en voz alta cómo habían construido esta ciudad para que soportara el peso de los siglos, y si alguna vez habrían visitado la Tierra. ¿Serían ellos los antepasados de los hombres que habían aparecido en la Tierra diez mil años atrás? ¿Y habrían amado y odiado con amores y odios similares a los terrestres, y habrían cometido las mismas tonterías cuando hicieron tonterías?
     Nadie se movía. La luz de las lunas retenía y paralizaba a los hombres. Las olas del viento golpeaban lentamente alrededor.
     –Lord Byron –dijo Jeff Spender.
     El capitán se volvió y lo miró.
     –¿Lord qué?
     –Lord Byron, un poeta del siglo diecinueve. Hace mucho tiempo escribió un poema que parece inspirado por esta ciudad y por cómo los marcianos tienen que sentirse si aún son capaces de sentir. Pudo haberlo escrito el último poeta marciano.
     Los expedicionarios continuaban inmóviles, de pie sobre sus sombras.
     –¿Qué dice el poema, Spender? –preguntó el capitán.
     Spender cambió de posición, extendió la mano como recordando, entornó los ojos un momento, y en seguida se puso a recitar con voz lenta y apagada, y los hombres escucharon todo lo que decía:

So we'll go no more a-roving
So late into the night,
Though the heart be still as loving,
And the moon be still as bright.

     La ciudad inmóvil era alta y gris. Los rostros de los hombres estaban vueltos hacia la luz.

For the sword outweards its sheath,
And the soul wears out the breast,
And the heart must pause to breathe,
And love itself must rest.

Though the night was made for loving,
And the day return too soon,
Yet well go no more a-roving
By the light of the moon.

     Los terrestres estaban de pie, en silencio, en el centro de la ciudad. Era una noche clara. No se oía ningún sonido, excepto el viento. Debajo de ellos se extendía una plaza enlosada que imitaba las formas de animales y seres antiguos. Los hombres contemplaron los dibujos.

Ray Bradbury | Crónicas marcianas, 1950


El poema de Byron dice: "Así que nunca más pasearemos / tan tarde de noche, / aunque el corazón siga enamorado, / y aunque siga brillando la luna. / Pues la espada gasta la vaina, / y el alma gasta el pecho, / y el corazón tiene que pararse a tomar aliento, / y el amor mismo ha de descansar. / Aunque la noche fue hecha para amar, / y el día vuelve demasiado pronto, / nunca más pasearemos / a la luz de la luna."




Mi pequeño homenaje a Ray Bradbury, autor de dos de los libros más hermosos que he leído: Fahrenheit 451 y Crónicas marcianas. Literatura con mayúsculas, sin etiquetas. Gracias. Por haber alimentado mi gusto antiguo por esos otros mundos. Por habernos recordado para siempre la temperatura a la que arden los libros (y nuestro corazón cuando los defiende). Por habernos hablado, desde tan lejos, con ese tono lírico y desolado que nos gusta, de nuestra pequeñas vidas terrestres, llenas de miserias y grandezas. Porque espero que, si algún día colonizamos Marte, alguien se acuerde de ti. Te sigo leyendo. Y me aprendo de memoria el comienzo de tu libro, por si acaso...