miércoles, 25 de julio de 2012

C de café


Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, huele a café en el cuarto. Una vez oí, quizá en alguna película, que, si querías vender la casa, debías procurar que oliera a café. Muevo la cucharilla y su tintineo me lleva a otros cafés. Somos las cafeteras que hemos tenido. El café, con sus tazas y sus costumbres, forma parte desde siempre de nuestras mitologías más cotidianas.

Me acostumbré al sabor del café bebiendo los posos que mi padre dejaba en su taza. Restos de sobremesas de domingo, en que el tiempo se detiene y se tarda en recoger los platos. Luego llegaron los cafés de estudiante nocturno en piso compartido, una puerta abierta a la charla y la amistad. Conversaciones que iban a durar el tiempo de un café y se alargaban hasta el amanecer. Pasillos convertidos en salas de estar. Magia del instante.

Durante mucho tiempo creí que el inicio del verano venía marcado por el café con hielo y el Tour de Francia. Era todo un rito que procuraba no romper. Si iba a viajar, lo dejaba para más tarde. Eran los tiempos de Delgado, Lejarreta, Pino y Arroyo. Por entonces, vivía encima de una panadería y cada mañana me despertaba el olor dulzón de la bollería, que llegó a hacerse insoportable. Pero llegaba la hora del tour y era sagrada. Inmenso placer el de disfrutar de un café helado mientras te preguntabas dónde atacaría Perico. El ruido de un viejo ventilador, más que su efectividad, aliviaba en lo posible el rigor del verano en el Sur.

Cafés viajeros. Cafeterías convertidas en centros de peregrinación a cualquier hora y en cualquier lugar. Inmensa variedad de tazas y presentaciones. Café a la americana de los ingleses, de esos que te dejan la lengua escaldada durante un buen rato. Café sosegado de las viejas cafeterías de Lisboa, donde el tiempo tiene otro ritmo. Cafés apresurados de bar de carretera, que sientan como un puñetazo en el estómago (la expresión es de un amigo). Cafés en las plazas de Cádiz, llenas de color y luz antigua. Café en casa, en tu taza favorita, mientras comienza la película que pensáis ver esa noche. Cafés compartidos todos los veranos con ese amigo que ya no nos llama. Cafés italianos, los mejores, disfrutados en el Trastevere o en la terraza de los Museos Capitolinos. Vayas donde vayas, siempre quedará un italiano donde tomar un café decente. Mesas de mármol que, en medio de una calor infernal, conservan el frío del invierno. Sonido de tazas y cucharillas. Me aficioné a hacer fotografías de tazas de café y, siempre que puedo, sobre todo si el lugar lo merece, lo que sucede muy a menudo, procuro traerme el recuerdo. Magia de la imagen y del aroma. ¿Te apetece un café?


2 comentarios:

  1. Venga ese café bien calentito, aunque estemos en el tórrido verano.

    ResponderEliminar
  2. Creo que es un libro de Manuel Rivas el que habla del aroma del café, de la casa y las reminiscencias...te compro la casa...

    ResponderEliminar