lunes, 17 de diciembre de 2012

La luz vencida alegre


Adolescencia

Vinieras y te fueras dulcemente,
de otro camino
a otro camino. Verte,
y ya otra vez no verte.
Pasar por un puente a otro puente.
─El pie breve,
la luz vencida alegre─.

Muchacho que sería yo mirando
aguas abajo la corriente,
y en el espejo tu pasaje
fluir, desvanecerse.

Vicente Aleixandre | Ámbito, 1928

domingo, 2 de diciembre de 2012

Hospitales


El tiempo se detiene en los hospitales. Puertas afuera, aún valen los relojes, pero, una vez dentro, hay que asumir que las unidades de medida han cambiado. Bolsas de suero, bandejas y carritos marcan ahora el ritmo lento de las horas, y componen, junto a las visitas, una extraña procesión que el enfermo contempla acurrucado, recogido en sí mismo, desde la lejanía de su mal. La habitación, no tan distinta a la de un hotel, está llena de objetos cotidianos que han sido transformados por alguna mente juguetona: la cama tiene ruedas y mandos, la televisión funciona con monedas, la mesita de noche no sostiene lámpara ni libros, las sábanas están decoradas con letras que te recuerdan, cada vez que reposas la cabeza, dónde estás. La bandeja de la comida trae tu nombre junto a la lista de los alimentos que ofrece, detalle fundamental, pues, en ocasiones, ni la forma ni el sabor permiten identificar tan suculento menú. Compartes habitación y baño con un desconocido, que apenas se mueve en su rincón. Habitaciones interiores, luces planas, asepsia, funcionalidad, elementalidad de formas.

La amistad surge espontánea de la dificultad compartida. Consuelo de ayudar y saberse ayudado. Historias para matar las horas. Posibles conocidos comunes. Casualidades. Acompañantes que hablan de sus propias enfermedades y olvidan al enfermo. Recuerdos de otros tiempos en que la medicina no estaba tan adelantada. Variedad de tipos humanos que se dejan observar cada tarde. Escuela de vida. 

Cuando se apagan las luces, todo adopta un aire de viaje en tren nocturno o de travesía en barco. Es inútil mirar el reloj, pues siempre marcará la misma hora. En el silencio de la noche, se oye el rugir lejano y poderoso de unas calderas, la maquinaria que mantiene todo en perfecto funcionamiento. Pasos acolchados de enfermeras que se mueven, melena o coleta al viento, con discreción y saber hacer. Alguna puerta se cierra con estrépito. Pitidos electrónicos que dibujan la vida. Respiración acompasada de desconocidos, ronquidos, concierto de sueños que buscan la claridad del alba y algo más. Puertas que se abren. Repentino e intenso olor a café.