sábado, 28 de diciembre de 2013

De los límites de la memoria


La memoria es más vasta que nuestros recuerdos.
José Ángel Valente

Fotografía de Geraldo de Barros, Tatuapé, Sao Paulo, 1948.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Los tejados de París


Un sinfin de chimeneas se divisaba desde la ventana. Paulina las contemplaba distraídamente, y su fantasía encontraba formas extrañas en aquella inmensidad de tubos negros que se destacaban en el horizonte gris.

Había unas con una caperuza como el sombrero cómico de un chino; otra terminaban en forma de casco adornado por una flecha de hierro que fingía una cimera; algunas, torcidas en dos ángulos rectos, parecían jorobadas; otras concluían en una especie de linterna; la mayor parte, embutidas en grandes paredones espesos, en fila, de distinta altura, recordaban los tubos de un órgano.

El confuso amontonamiento de tejados que se divisaba desde allí tomaba el aspecto de una ciudad con sus calles y sus plazas, sus iglesias y sus monumentos.

En las horas de sol se distinguían azoteas llenas de musgo, paredes negras con escalas de hierro, veletas enmohecidas sobre sus vástagos, alambres de los pararrayos que corrían entre aisladores, torrecillas musgosas y flechas indicadoras de una dirección.

Al anochecer, cuando la oscuridad comenzaba a borrar los contornos de las cosas y el humo blanco de las chimeneas salía lentamente a perderse en el ambiente gris, estos paredones negros, estos tejadillos puntiagudos, estas filas de chimeneas tomaban un ambiente fantástico: eran murallas de un castillo defendidas por caballeros, eran centinelas solitarios que avanzaban valientemente hasta los bordes de un tejado, eran figuras monstruosas y absurdas como las quimeras de una catedral.

Pío Baroja | Las tragedias grotescas, 1907

La fotografía del globo de Mr. Henri Giffard sobre los tejados de París fue tomada por René Dragon en 1878, solo algunos años antes de que Baroja visitara por primera vez, en 1899, la vieja ciudad, y muy poco después de los acontecimientos narrados en la novela, cuya acción se sitúa hacia 1870. Paulina Acuña, frágil, delicada, pálida, de labios descoloridos, deja su bordado un instante para mirar los tejados desde la terraza de su cuarto piso de la Cour de Rohan. Allí se dispara su imaginación. Su vida solitaria, monótona y gris, se llena de geranios, arboledas y estanques misteriosos. Las callejuelas lóbregas son senderos que conducen hacia una jardín lejano. A su lado, un gato blanco, iluminado por la luz de un quinqué, es durante horas su única compañía.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Café literario


Como en La melancolía de los ríos somos amantes del buen café y los buenos libros, el otro día, cuando encontré por azar esta ilustración, cuyo autor desconozco, me puse a observarla con detenimiento y curiosidad. Me pareció ingeniosa la idea de sintetizar con humor todo un universo literario en una simple taza de café: una isla, sangre, un reloj, la cucaracha, el infierno. La verdad es que el café y los libros mezclan muy bien.  

Esta tarde de diciembre yo tomo café Baroja. Estoy en París, en el París antiguo anterior a la expansión de los bulevares. El Segundo Imperio tiene los días contados. Las tabernas están llenas de conspiradores: anarquistas, revolucionarios, legitimistas, españoles exiliados, bohemios sin futuro y sin obra. El café Baroja es negro, cargado, intenso. Se sirve en taza pequeña y con poca azúcar. Su sabor es algo antiguo, pero muy personal. Cada sorbo evoca multitud de vidas y ambientes que se entrecruzan en la vieja ciudad, ahora en pleno proceso de renovación. Secretos escondidos en un cajón, porteras de edificios oscuros y poco recomendables, callejuelas con nombres llenos de historia. Y tejados, muchos tejados. El café Baroja no es un café sofisticado, pero nunca defrauda. Es tan adictivo que siempre acabas repitiendo. Te lo pide el cuerpo.

Y tú... ¿qué café tomas hoy?

jueves, 28 de noviembre de 2013

Lo que transcurre aprisa



Vivimos de modo trepidante.
Mas debéis tomar el paso del tiempo
como cosa sin importancia
entre lo que para siempre permanece.
     Lo que transcurre aprisa
pronto ha de pasar,
tan sólo lo que queda
nos inicia.
     No pongáis, oh muchachos, vuestro arrojo
en la velocidad,
ni en el empeño de volar.
     Las cosas son morosas:
oscuridad y claridad,
la flor y el libro.

Rainer Maria Rilke
Traducción de Carlos Barral

miércoles, 16 de octubre de 2013

La vejez de la nostalgia


Aquellas horas dedicadas a disfrutar del brillo de un futuro imaginado, dejándose llevar en corrientes de promesa por un amor o una pasión tan fuertes que uno se sentía transformado para siempre y convencido de que incluso la partícula más pequeña del mundo circundante estaba cargada con un propósito de grandeza imposible; ah, sí, y uno levantaba la vista para ver los árboles y estremecerse con el río del follaje pálido y dorado desatado por el viento cayendo en cascadas, y con el cantar alto y melódico de innumerables aves; esos momentos, tantos y tan lejanos, todavía regresan, aunque brevemente, como luciérnagas en el calor perfumado de una noche de verano.

Mark Strand | Casi invisible, 2012

El texto pertenece al último (y magnífico) libro de poemas de Mark Strand: Almost Invisible, que ha sido publicado recientemente en España por Visor. La traducción es de Julio Trujillo. Muy recomendable. La fotografía que encabeza la entrada se titula Hat belonging to painter Andrew Wyeth on top of bed at home, Maine y fue realizada por Alfred Eisenstaedt en 1965.

domingo, 13 de octubre de 2013

Encender una luz



Es mejor encender una luz que maldecir las tinieblas.
Confucio

Leído hace unos días en una hojita de calendario.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Planificar la vida



El otro día cayó en mis manos por casualidad el volumen 1 de Mafalda editado por Lumen, el pequeñito apaisado, tan manejable y gustoso. No me pude resistir y lo abrí de inmediato. Después de años de casi olvido (y eso que tengo el Todo Mafalda en la estantería), lo leí del tirón y me pareció tan fresco como entonces, cuando me encantaba y me sabía de memoria todas las tiras. Quino sigue siendo muy grande. Estas dos tiras me hicieron gracia y me dieron que pensar. La primera vez que las leí, en un volumen como éste que me prestó un amigo, tendría catorce o quince años y un mundo de descubrimientos por delante. La verdad es que siempre me identifiqué más con Felipe, que es mi personaje favorito. Me gusta su manera de planificar la vida. ¿Acaso hay otra?

sábado, 21 de septiembre de 2013

Recuerdos


Los recuerdos se mueven siempre por territorios difusos, casi fantasmales, a medio camino entre el olvido definitivo y la reconstrucción justificadora. Seremos lo que aún no ha ocurrido, pero somos la acumulación, a veces ruinosa, de lo sucedido. Al igual que un lector se enfrenta a cada novela con el bagaje irrenunciable de todas las ya leídas (el mismo libro es siempre diferente para cada lector), uno entiende el mundo cada día con la experiencia de lo que vivió. Nuestros recuerdos van moldeándose con el transcurso de los días. Con cada decisión del presente reconstruimos de algún modo el pasado, que nunca está quieto: cambia con nosotros, aunque no nos demos cuenta. El pasado real ya no existe. Nuestro pasado, el que de verdad nos importa, es nuevo en cada instante.

¿Qué hay entonces de real en nuestros recuerdos? ¿Eran así el tono de su voz, el brillo de sus ojos o la calidez de sus muslos? ¿Realmente estuve en aquel río? ¿Cómo empezó todo? ¿Fue culpa mía que terminara? ¿Dije realmente eso? Algunos recuerdos levantan un dedo acusador desde el pasado y contra ellos poco podemos hacer. Quizá esperar que se diluyan. Otros, en cambio, nos ofrecen lugares seguros contra la tormenta, como refugios construidos para aliviarnos en tiempos de zozobra. Los necesitamos: somos replicantes que necesitan pasado para saberse vivos.

Montículos de polvo acumulado que dejan entrever unas formas imprecisas que interpretamos a nuestro gusto, complacientes o crueles con nosotros mismos, satisfechos o siempre anhelantes de más. Y, cuando parece que nos acercamos a lo que se oculta debajo, una ráfaga de viento (alguien abrió la ventana) los levanta y vuelta a empezar. El blanco y negro de las fotografías es la argamasa que nos devuelve su realidad. Los recuerdos, como la literatura, nos mienten siempre, pero sus mentiras son piadosas porque pretenden hablarnos de las verdades que importan.

sábado, 24 de agosto de 2013

F de faro


Como todos los veranos, el niño mira con fascinación el faro. Imagina su interior: vidas desconocidas, tesoros tras una puerta, penumbra, soledad. Escaleras interminables y retorcidas que conducen a la luz, conversaciones en voz baja, humedad que cala los huesos y los sentimientos. Mapas llenos de cifras y escalas, unas gafas olvidadas en una repisa y un barco que se intuye lejano en la oscuridad del mar. Olor a salitre y a óxido. Julio Verne, Joyas Literarias Juveniles, Tintín y Chaland. Persecuciones y besos entrevistos al ritmo de destellos fantasmales en una noche de tormenta. Nunca ha entrado en su interior, pero sabe mejor que nadie todo lo que allí se oculta. Lo imagina cada verano mientras las sombrillas al viento alegran la playa cercana.

Cuando, pasado el tiempo, vuelva allí, el faro le devolverá intacta, convertida ya en nostalgia, aquella mirada infantil que se perdió en el día a día y tan inútilmente ha buscado desde entonces. Un simple destello en la noche, como una voz lejana, le recordará que allí, entonces, el mundo estaba bien hecho y aún era posible la aventura.

martes, 20 de agosto de 2013

Retorno


Tu imagen melancólica
en el cristal tan tenue
borrada por la lluvia
es la imagen de un niño
que aún se asoma a su adentro
buscando a tientas la quebrada imagen
de lo que quiso ser.

José Ángel Valente | Fragmentos de un libro futuro, 2000

sábado, 20 de julio de 2013

Melancolía


Creo que la melancolía es, en suma, un problema musical: una disonancia, un ritmo trastornado.

Alejandra Pizarnik

viernes, 19 de julio de 2013

El fantasma interior


No es necesario ser una habitación
para estar embrujada,
no es necesario ser una casa.
El cerebro tiene pasillos más grandes
que los pasillos reales.

Es mucho más seguro encontrarse a medianoche
con un fantasma exterior
que toparse con ese gélido huésped,
el fantasma interior.

Más seguro correr por una abadía
perseguida por las sepulturas
que, sin luna, encontrarse a una misma
en un lugar solitario.

Nosotros tras nosotros mismos escondidos,
lo que nos produce más horror.
Sería menos terrible
un asesino en nuestra habitación.

El prudente coge un revólver
y empuja la puerta,
sin percatarse de un espectro superior
que está más cerca

Emily Dickinson | El viento comenzó a mecer la hierba

La traducción, de Enrique Goicolea, pertenece a la reciente antología poética publicada bajo el título El viento comenzó a mecer la hierba (Nórdica, 2012). Como se trata de una edición bilingüe, dejo abajo el texto original, por aquello de las traducciones. Sirva como un ejemplo más de lo complejo que es traducir cualquier texto literario, especialmente un poema.



One not need to be a Chamber ─ to be haunted ─
One need not to be a House ─
The Brain has Corridors ─ surpassing ─
Material Place ─

Far safer, of a Midnight Meeting
External Ghost,
Than an interior Confronting ─
That Cooler Host.

Far safer, through an Abbey gallop,
The Stones a'chase ─
Than Unarmed, one's a'self encounter ─
In lonesome Place ─

Ourself behind ourself, concealed ─
Should startle most ─
Assassin hid in our Apartment
Be Horror 's least.

The Body ─ borrows a Revolver ─
He bolts the Door ─
O'erlooking a superior spectre ─
Or More ─

domingo, 14 de julio de 2013

E de escotes


Territorio por excelencia de lo femenino, se ofrecen, como por descuido, en el instante menos pensado. Conviene estar alerta. Con suave y rumoroso vaivén, despliegan ante ti sus encantos antiguos, siempre irresistibles a la mirada. Bellas desconocidas que se cruzan unos segundos en tu vida, pensativas en el asiento del metro, cargadas de bolsas junto a un semáforo, inclinadas sobre la mesa de un café, junto a los estantes de novedades de una librería, en la sala oscura de un museo, y te llevan, en el calor de la mañana, por senderos en sombra junto al río. Su arma secreta es la insuficiencia de la mirada, que desciende, curiosa, gruta abajo y, espeleóloga de cuerpos, quiere saber siempre qué hay más allá. Escotes temblorosos, apretados o sueltos, que apuntan rebeldes al cielo o, sabiéndose observados, se dejan acariciar en un juego cálido e inocente de miradas. Tirantes sueltos, camisetas ajustadas, vestidos vaporosos, botones entreabiertos. De alguna manera vaga pero segura, conforman un imaginario colectivo del deseo, la metáfora suprema de la juventud y la belleza. Invasión silenciosa, están por todas partes y han venido para quedarse. El verano es su territorio. Es inútil resistirse.

jueves, 11 de julio de 2013

Por allí resoplan


Seguimos con referencias literarias en los cómics. Ellos también leen. Aquí Calvin se transforma en capitán Ahab nada más meterse, obligado por su madre, en la bañera. Si hay algo que nos entusiasma a los lectores de la tira es la imaginación con la que nuestro pequeño amigo aborda algunos de los aspectos más ingratos de su realidad cotidiana. La escuela se convierte en un inmenso vacío interestelar surcado por el capitán Spiff, y la señorita Carcoma en un monstruoso alienígena. La comida deja de ser verdura aburrida y a la hora de dormir, demasiado temprano, siempre hay monstruos bajo la cama. Si la realidad es ingrata, nada mejor que crear otra, aunque, a veces, el intento salga caro.

Aquí tienes la tira completa, una de las primeras páginas dominicales de la serie.


Y, ya puestos, otra referencia literaria. En este caso, Caperucita Roja. Alguien me contó una vez que cambiaba los finales de algunos cuentos infantiles porque le parecían muy crueles para los niños (sic). Ni Calvin ni Hobbes estarían de acuerdo.  


Y algunos ejemplos más de la imaginación de Calvin (y de Watterson).





Todas estas tiras pertenecen al libro Calvin y Hobbes para principiantes, de Bill Watterson, editado por Ediciones B. Para mí es la mejor tira de prensa jamás dibujada. Releerlo en verano es una auténtica delicia.

viernes, 14 de junio de 2013

Fuera del mundo


Fuera del mundo

Cuanto nosotros somos y tenemos
forma un curso que va a su desenlace:
la pérdida total.
                         No es un fracaso.
Es el término justo de una Historia,
Historia sabiamente organizada.
Si naces, morirás. ¿De qué te quejas?
Sean los dioses, ellos, inmortales.

Naturalmente que, por fin, decline y me consuma.
Haya muerte serena entre los míos.
Algún día ─¿tal vez penosamente?─
me dormiré tranquilo, sosegado.
No me despertaré por la mañana
ni por la tarde. ¿Nunca?
¿Monstruo sin cuerpo yo?
                                          Se cumpla el orden.
No te entristezca el muerto solitario.
En esa soledad no está, no existe.
Nadie en los cementerios.
¡Qué solas se quedan las tumbas!

Jorge Guillén | Final, 1981

Cada vez me gusta más la poesía de Jorge Guillén. Reconozco que tardé en descubrirla, pues siempre me había parecido un poeta demasiado abstracto e incómodo de leer. Ahora, en cambio, cada vez que me acerco a uno de sus textos, me entusiasma su aparente sencillez formal: la precisión de sus palabras, que enuncian con contundencia verdades conocidas (y olvidadas), como ocurre en este poema. Poesía meditativa. Tono clásico. Guillén habla de la muerte sin dramatismo, aceptándola como un elemento más, inevitable, del orden natural. Cargada de dramatismos y sombras fantasmagóricas estaba, en cambio, la muerte en Bécquer ("¡Dios mío, qué solos / se quedan los muertos!"), al que Guillén rinde homenaje en el último verso llevándole, poéticamente, la contraria.    

Este sentido de aceptación de la muerte lo encontramos tambíén en Juan Ramón, para quien la muerte se convierte, en su búsqueda de la totalidad, en algo necesario: la mitad de sombra que completará esa mitad de luz que es la vida. Nos lo explica en este otro poema, lleno de profundo lirismo:

Cénit

Yo no seré yo, muerte,
hasta que tú te unas con mi vida
y me completes así todo;
hasta que mi mitad de luz se cierre
con mi mitad de sombra,
—y sea yo equilibrio eterno
en la mente del mundo:
unas veces, mi medio yo, radiante;
otras, mi otro medio yo, en olvido.—

Yo no seré yo, muerte,
hasta que tú, en tu turno, vistas
de huesos pálidos mi alma

Juan Ramón Jiménez | Belleza, 1923

Y, por supuesto, en Jorge Manrique, que acaba su conocida elegía con la aceptación cristiana de la muerte por parte del caballero, rodeado de sus familiares:

"Non tengamos tiempo ya
en esta vida mezquina
por tal modo,
que mi voluntad está
conforme con la divina
para todo;
e consiento en mi morir
con voluntad plazentera,
clara e pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera,
es locura."  [...]

Assí, con tal entender,
todos sentidos humanos
conservados,
cercado de su mujer
y de sus hijos e hermanos
e criados,
dio el alma a quien gela dio
(el cual la ponga en el cielo
en su gloria),
que aunque la vida perdió,
dexónos harto consuelo
su memoria.

Jorge Manrique | Coplas a la muerte de su padre, siglo XV

Sencillez formal, profundidad de pensamiento. Aceptación de la muerte en virtud del inevitable orden natural o de la búsqueda de la plenitud (forma suprema de la Belleza) o de una idea cristiana de la vida. Poesía, aparentemente abstracta, que nos habla sin apenas retórica de verdades desnudas. 

El hermoso río con puente de piedra que abre la entrada fue pintado por el impresionista noruego Frits Thaulow (1847-1906).

miércoles, 12 de junio de 2013

Desde una sola ventana


Porque, después de todo, a la vida se la observa mejor desde una sola ventana.

F. Scott Fitzgerald | El gran Gatsby, 1925

jueves, 6 de junio de 2013

Sobre el poder de la música


El poder del arte de la música llegó a ser tan evidente a través de los estudios de los antiguos filósofos, que los pitagóricos acostumbraban a liberarse de los problemas de cada día con ciertas melodías que les producían una gran paz y, del mismo modo, al levantarse, disipaban la pereza producida por el sueño con otras melodías diferentes, porque sabían que toda la estructura del alma y del cuerpo están unidas por la armonía musical.

Boecio | De institutione musica, siglo VI

Repasando un viejo libro de música, me topé el otro día con esta cita de Boecio y al instante pensé en compartirla aquí contigo. No conozco arte más inmediato para transmitir (y conservar) emociones que la música. Quizá sólo la poesía se le puede acercar, aunque de un modo muy diferente. Una canción que nos gusta conforma un mundo propio que hemos ido llenado con cada escucha, siempre diferente, según el momento y la compañía. ¿No te ocurre a ti también que asocias una canción, como una lectura, con un lugar concreto o una ciudad? Escuchar música es emprender un viaje hacia nuestro pasado: visitar viejos amigos y comprobar que su casa sigue tan acogedora, que nada ha cambiado, aunque los días nos hayan convertido en otros y los hayamos tenido un poco abandonados, perdidos en las preocupaciones del día a día. Las canciones nos llevan a tiempos recordados y a tiempos imaginados.

En estos días de vértigo, las noticias aparecen y se esfuman movidas por la mano oculta que llaman actualidad. Siguiendo la vieja costumbre de nuestros padres, ahora que ya vamos teniendo su edad, encendemos la radio nada más abrir los ojos y la actualidad nos ahoga con sus cifras y sus pactos imposibles y sus intereses mezquinos. Apenas podemos tenernos aún en pie y ya nos saludan con un buen puñetazo en la boca del estómago, tan atinado que ni siquiera el aroma del café que nos espera en la cocina es capaz de colocarlo de nuevo en su lugar. Quizá el transistor no sea tan buen invento.  

Por eso, no estaría mal seguir el viejo consejo de Boecio y los pitagóricos. Saludar el día con algo de música no puede ser malo. Ya habrá tiempo de que la actualidad se apodere de nosotros. Es implacable. Pero, mientras tanto, podemos, durante unos minutos, ser dueños de nuestro tiempo, aunque sepamos que el intento es sólo una quimera que acabará con la canción. Disipar la pereza del sueño al levantarse, dice Boecio. Suena bien.       

Ahora, en este largo atardecer de junio, con cielo azul y castillo de fondo, terminado ya el trabajo, me apetece volver a escuchar tranquilamente esta vieja canción de Gram Parsons y Emmylou Harris, que nos habla de asuntos tan intemporales como esos amores imposibles que sabemos deben acabar. Deseos que arderán por última vez. Dejemos por esta noche que el fuego nos consuma y ya recogeremos mañana las cenizas.




We know it's wrong to let this fire burn between us
We've got to stop this wild desire in you and in me
So, we'll let the flame burn once again until the thrill is gone
Then we'll sweep out the ashes in the morning.

We're two people caught up in the flame that has to die out soon
I didn't mean to start this fire and neither did you
So, tonight when you hold me tight we'll let the fire burn on
And we'll sweep out the ashes in the morning.

Each time when we meet we both agree that it's for the last time
But out of your arms, I'm out of my mind
So, we'll taste the thrill of stolen love tonight until the dawning
And we'll sweep out the ashes in the morning.

We're two people caught up in the flame that has to die out soon
I didn't mean to start this fire and neither did you
So, tonight when you hold me tight we'll let the fire burn on
And we'll sweep out the ashes in the morning.

Yes, we'll taste the thrill of stolen love tonight until the dawning
And we'll sweep out the ashes
We'll sweep out the ashes
We'll sweep out the ashes in the morning.

Ya veremos qué nos cuenta mañana el transistor. Si es que lo dejamos, claro.

jueves, 30 de mayo de 2013

Vida mil estrellas


Propósito de finales de mayo. Ahora que se acercan las noches de verano, parar el tiempo y salir a la terraza a contemplar las estrellas. ¿Cuánto ha pasado? Sentir el vértigo, el pánico astral, que sentían el Mochuelo y el Moñigo. Descubrir esa perfección pitagórica de la que habla con tanta elegancia Fray Luis. Acordarte de aquel niño contador de estrellas y comprobar que, como Dámaso Alonso, ya estás algo cansado y, aunque lo intentas, no puedes seguir su ritmo, no puedes alcanzarlo. 

Hay placeres tan sencillos y plenos que casi olvidamos su existencia. Escuchar música a oscuras, caminar junto al río, tocar la corteza de un árbol o repasar las páginas de uno de estos macanudos de Liniers, donde cada tira es un hallazgo. Excelente dibujo y mejor universo. Aunque a mí me gustaría ser el gato Fellini, reconozco que Enriqueta sigue tan lúcida como siempre. Yo, como ella, también quiero una de esas vidas mil estrellas.


viernes, 19 de abril de 2013

Aire del océano


De mi infancia recuerdo libros y ningún juguete. Los había sin duda, pero se han perdido. Soldaditos, trenes, animales, casas: los juegos son miniaturas del mundo, útiles para que un niño pueda sentirse un gigante. Ayudan a crecer soportando la inferioridad.
    Jugaba poco, prefería leer. Dentro de los libros no era posible imaginarse mayor. Las historias eran inmensas; y mi lectura, pequeña en comparación. Muchas cosas ni siquiera las entendía. Los libros me corroboraban mi talla minúscula. Pero algo dentro de mí se agrandaba. El médico decía que era el hígado, que entonces se curaba con aceite de hígado de bacalao.
     A mí, por el contrario, me parecía que lo que aumentaba era la capacidad de llenarse de mis pulmones. La lectura de Stevenson me ha henchido de aire del océano. La poesía napolitana me soltaba la lengua. London me enseñó la nieve. Las historias de las matanzas  de la guerra hacían que la vena de mi frente retumbara.

Erri De Luca | El crimen del soldado, 2012


En la fotografía que abre la entrada, Robert Louis Stevenson mira el mar desde la proa de la goleta Equator. Abajo, la goleta Casco, en la que el autor de La isla del tesoro viajó hacia los mares del Sur. 1888-1889. Samoa. Suave oleaje. El aire del océano llena los pulmones. La prosa de Erri De Luca me ha llevado hasta allí y me ha provocado unas ganas tremendas de volver a Stevenson. Libros que llevan a libros. Mundos que se comunican en el fulgor de unas líneas.   

miércoles, 27 de marzo de 2013

Deseo de Miércoles Santo


Volver al niño que leía tebeos sin parar mientras su tigre de peluche le hacía los deberes de Semana Santa. Gracias, Calvin (y Hobbes). Y Watterson.

domingo, 24 de marzo de 2013

Burning Lights


Contraté a un asesino a sueldo (Aki Kaurismäki, 1990) se desarrolla en Londres. Henri Boulanger (Jean-Pierre Léaud) es un oscuro empleado que acaba de perder su trabajo en la oficina de una depuradora de aguas. No tiene nada más. Vive solo, en un piso cochambroso con vistas a una pared de ladrillos. Apenas habla. Sus habilidades sociales no son muchas. Deprimido, falto de expectativas, sin nada más que hacer en la vida, decide suicidarse, pero su valor no es mayor que sus ilusiones, así que, tras varios intentos fallidos, toma la decisión de contratar a unos matones para que hagan el trabajo sucio. Decide convertirse en asesino de sí mismo. En algún momento próximo alguien vendrá y acabará con su vida. Mientras espera, conoce a Margaret (Margi Clarke), una florista por la que se siente atraído al instante. El problema ahora será localizar a los matones que contrató y hacerles ver que ha cambiado de opinión, pues el Honolulu Bar, donde contactó con ellos, ya no existe. En su lugar sólo hay escombros.

El Londres que encontramos en la película no es nada turístico. Eso, por supuesto, lo hace más atractivo. Interiores cochambrosos, hoteles venidos a menos, paisaje de chimeneas, solares derruidos de extrarradio, calles solitarias en que resuenan los pasos, bares de medio pelo con clientela escasa, patios interiores que dan a cementerios, oficinas en las que se acumulan los papeles y el polvo, establecimientos que guardan en su deterioro la memoria de tiempos mejores.











Rojos y verdes intensos en paredes desconchadas, reflejo de las vidas de sus personajes. Hieráticos, solitarios, callados, enfermos, desfavorecidos, miradas perdidas. Intuimos sentimientos fuertes, pero no los manifiestan. Están detrás. Miran y callan. Desconocemos su pasado. Historias contadas sin apenas diálogos, que se reducen a unas cuantas palabras sueltas dichas en el momento adecuado. Cine casi mudo que vuelve a sus orígenes: contar sólo con imágenes nuestras vidas.

La presencia de Jean-Pierre Léaud (no en su mejor papel), de mirada desorbitada, nos remite inevitablemente al Antoine Doinel que siempre fue y nos hace pensar en esta película como una secuela final de la serie que François Truffaut dedicó al personaje. La estética es muy diferente, pero el personaje tiene algunos puntos comunes. Entre ellos, su escaso sentido de la realidad y su origen francés (en la película deja bien claro que no quiere volver a su país). Es como si pudiéramos ver qué ocurrió con él algunos años después. Me ha sorprendido muy gratamente la actriz que lo acompaña, Margi Clarke, cuyo aspecto recuerda intencionadamente al personaje de Kim Novak en Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958), lo que le da un aire misterioso que sobrevuela toda la película. Desconocemos su historia. Sólo es una presencia y un sentimiento intuido.









Y, al igual que en El Havre (2011) o en Leningrad Cowboys Go America (1989), y, supongo, en toda su cinematografía, la música tiene mucha importancia. Kaurismäki incorpora a sus películas una banda sonora muy cuidada. En todos los interiores, casas o bares, siempre suenan canciones. En esta ocasión, Billie Holliday, Little Willie John, Carlos Gardel y Joe Strummer, entre otros. Canciones como "Body and Soul" o "Cuesta abajo" son en sí mismas una declaración de intenciones. O como este "Burning Lights", que quiero ahora compartir contigo.


Tras comprar unas gafas de sol (se las vende el propio Kaurismäki), el protagonista entra en un pub y suena esta hermosa canción de Joe Strummer, que nos habla de sueños de infancia que han ido creciendo con nosotros, de largos caminos recorridos y de señales que sólo tú puedes descifrar. Una guitarra eléctrica, algo de percusión y un escenario elemental. Música en estado puro para un cine en estado puro. Como un rayo de sol que entra por la ventana en un día gris.




Some dreams are made for children
But most grow old with us
And when the air can hope to hold on
And to the ground from dust to rust.

Burning lights in the desert
Such a sign only you would know
Your running tyres, they're out of pressure
Such a sign only you would know

And I've been a long haul driver
Moving things but the cops don't know
Now I can see the writing
You are the last of the buffalo

Burning lights in the desert
Such a sign only you would know
Your running tyres, they're out of pressure
Such a sign only you would know.

Now I've been to California
And I've been to New South Wales
Sometimes I, I pull over
When I realise I've left no trace

Burning lights in the desert
Such a sign only you would know
Your running tyres, they're out of pressure
Such a sign only you would know.

No he visto muchas películas de Kaurismäki (ésta no es la mejor), pero he de reconocer que este director finlandés me tiene atrapado. Un cine personal, visualmente poderoso y que llega al corazón.