lunes, 29 de febrero de 2016

Elvira, triste amante abandonada

John Everett Millais | Portrait of a Girl, 1857


Leído hoy, El estudiante de Salamanca (1840), de José de Espronceda, quizá resulte algo desigual y acuse, por momentos, los excesos verbales propios de la época. Su estructura es difusa y, sin duda, le sobran palabras y estrofas, pero tiene momentos brillantes. Muchos. Momentos en que los versos fluyen naturales y construyen una imaginería gótica cuya musicalidad pide la lectura en voz alta. Pasos nocturnos, cuchilladas a la luz de un capilla, locura de amor, realidad y ensueño, melancolía, donjuanismo satánico, boda macabra, danza fúnebre, ronda de espectros, visión del propio entierro, damas misteriosas cuyos pasos debemos (y queremos) seguir.

En la segunda parte, para mi gusto la mejor, Espronceda nos presenta la tristeza y el desengaño de Elvira, burlada por don Félix de Montemar. La joven recuerda el amor y la felicidad que se fue, y, como defensa frente a la realidad, acaba perdiendo la cordura e imagina que es feliz junto a don Félix y que su amor no acabó en engaño.

¡Una mujer! ¿Es acaso
blanca silfa solitaria
que entre el rayo de la luna
tal vez misteriosa vaga?

Blanco es su vestido, ondea
suelto el cabello a la espalda.
Hoja tras hoja las flores
que lleva en su mano, arranca.

Es su paso incierto y tardo,
inquietas son sus miradas,
mágico ensueño parece
que halaga engañoso el alma.

Ora, vedla, mira al cielo,
ora suspira, y se para:
Una lágrima sus ojos
brotan acaso y abrasa

su mejilla; es una ola
del mar que en fiera borrasca
el viento de las pasiones
ha alborotado en su alma.

Tal vez se sienta, tal vez
azorada se levanta;
el jardín recorre ansiosa,
tal vez a escuchar se para.

Es el susurro del viento,
es el murmullo del agua,
no es su voz, no es el sonido
melancólico del arpa.

Son ilusiones que fueron:
Recuerdos ¡ay! que te engañan,
sombras del bien que pasó...
Ya te olvidó el que tú amas.

Esa noche y esa luna
las mismas son que miraran
indiferentes tu dicha,
cual ora ven tu desgracia.

¡Ah! llora sí, ¡pobre Elvira!
¡Triste amante abandonada!
Esas hojas de esas flores
que distraída tú arrancas,

¿sabes adónde, infeliz,
el viento las arrebata?
Donde fueron tus amores,
tu ilusión y tu esperanza;

deshojadas y marchitas,
¡pobres flores de tu alma!

Blanca nube de la aurora,
teñida de ópalo y grana,
naciente luz te colora,
refulgente precursora
de la cándida mañana.

Mas ¡ay! que se disipó
tu pureza virginal,
tu encanto el aire llevó
cual la aventura ideal
que el amor te prometió.

Hojas del árbol caídas
juguetes del viento son:
Las ilusiones perdidas
¡ay! son hojas desprendidas
del árbol del corazón.

John Everett Millais | A Beauty


Y vedla cuidadosa escoger flores,
y las lleva mezcladas en la falda,
y, corona nupcial de sus amores,
se entretiene en tejer una guirnalda.

Y en medio de su dulce desvarío
triste recuerdo el alma le importuna
y al margen va del argentado río,
y allí las flores echa de una en una;

y las sigue su vista en la corriente,
una tras otras rápidas pasar,
y confusos sus ojos y su mente
se siente con sus lágrimas ahogar:

Y de amor canta, y en su tierna queja
entona melancólica canción,
canción que el alma desgarrada deja,
lamento ¡ay! que llaga el corazón.

¿Qué me valen tu calma y tu terneza,
tranquila noche, solitaria luna,
si no calmáis del hado la crudeza,
ni me dais esperanza de fortuna?

¿Qué me valen la gracia y la belleza,
y amar como jamás amó ninguna,
si la pasión que el alma me devora,
la desconoce aquel que me enamora.

Lágrimas interrumpen su lamento,
inclinan sobre el pecho su semblante,
y de ella en derredor susurra el viento
sus últimas palabras, sollozante.

Belleza triste, ecos prebecquerianos. Ese rayo de luna que Manrique anhela, pero se le escapa cada noche. Solitario, loco. Esos besos que, cuando el amor se desvanece, el amante se pregunta dónde fueron. Elvira, en su locura de amor, lanzando flores al río y entonando su canción despechada (en endecasílabos que suenan a Garcilaso) es una nueva Ophelia. Y toda esta belleza melancólica nos lleva sin remedio a modernistas y simbolistas, herederos naturales del universo romántico: «Hay un oro dulce y triste / en la malva de la tarde / que da realeza a la bella / suntuosidad de los parques», nos dice Juan Ramón.

Y no queda muy lejos tampoco ese gusto por la belleza imposible, cargada de tristeza, que frecuentaron los pintores prerrafaelitas. Imagino a Elvira como a una de estas mujeres de mirada perdida y pensamiento lejano. El sueño de los ideales fracasados. La distancia insalvable que separa la realidad y la ensoñación. «La belleza es la verdad, la verdad es belleza», dijo otro romántico.


Thomas Francis Dicksee | Juliet


John William Waterhouse | Gone but Not Forgotten, 1873


Edward Burne-Jones | Flamma Vestalis, 1896


Frank Bernard Dicksee | Portrait of Dora


Simeon Solomon | Head of a Girl


Thomas Francis Dicksee | Distant Thoughts, 1886


John William Waterhouse | Ophelia, 1905


John William Waterhouse | The Soul of the Rose, 1908


John William Waterhouse | Psyque Entering Cupid's Garden, 1905